Una vez, camino de regreso a casa, un taxista me contó algo que aún recuerdo con gran alegría.
Pero sobre todo, con gran admiración.
Sucedió para el quinceañero de su sobrina.
Su hermano, quien no disponía de dinero suficiente como para hacer una pequeña reunión, recibió doble regalo.
Digo doble porque su hija, no sólo celebró sus quince años, sinó que sus hermanos contribuyeron voluntariamente con todo lo necesario.
Uno fue el que ofreció su casa, otro se encargó de la comida y bebida, otro de los trajes que vestirían los abuelos y otro del vestido que llevaría la agasajada...
Cuando los abuelos descubrieron sus trajes encima de su cama, con calzado y todo, no pudieron contener las lágrimas...
Sabían que tenían unos hijos buenos, pero no imaginaron que ellos formarían parte de la sorpresa.
La celebración se extendió hasta altas horas de la noche, donde toda la familia bailó y rió, junto a la feliz quinceañera.
En aquella fiesta de cumpleaños, el humilde padre agradeció en el silencio del alma a sus maravillosos hermanos, quienes hicieron posible que su amor engalanara cada esquina de la casa.
Reflexión:
No se necesita grandes sumas de dinero, ni deudas pagadas, ni viajes pendientes, para compartir con la familia por amor.
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